
En la pequeña habitación de la vieja casa aún olía a cera de velas quemadas. Antonina estaba sentada junto a la ventana y miraba el alféizar. Allí se apiñaban unos junto a otros maceteros con violetas y un frasco de medio litro con una planta de crassula. Ahora esa crassula, el «árbol del dinero», era lo único que le quedaba de su padre. Su muerte había cambiado por completo su vida, pero lo que más le dolía no era haber perdido su casa, su dinero y su prometido. El hecho de que su hermana, que se había alejado de Antonina en ese momento, estuviera cerca, intensificaba aún más su sufrimiento emocional. Aunque su hermana siempre le había parecido cercana y querida, todo cambió en un instante, cuando Antonina sorprendió a Irina y a su prometido en la ducha. Recordará ese día toda su vida.
Ese día, al llegar de la universidad, tras defender su tesis «Criptografía y criptomonedas. Gestión de equipos informáticos», descubrió que la verja estaba sin electricidad y que la puerta estaba cerrada con llave desde dentro. Antonina decidió llamar a su hermana Irina, ya que debía estar en casa ese día, pero nadie respondió a las llamadas. Tampoco obtuvo ningún resultado al llamar a su prometido, Mikhail, que llevaba una semana de vacaciones y vivía en la casa de invitados, en el terreno de la finca.
Antonina decidió entrar por la puerta trasera. Sobre todo porque allí no había cerraduras electrónicas y la puerta se abría con una llave normal. Cuando entró en la casa y oyó el ruido del agua en el cuarto de baño, ni siquiera podía imaginar que vería a su hermana y a Mikhail...
Cuando llegó el día del funeral en el cementerio del pueblo, Antonina vio la frialdad en los ojos de su hermana y comprendió que ahora estaban en bandos opuestos. Su hermana firmó sin dudarlo los papeles que dejaban toda la herencia a su madrastra, y Antonina se quedó sin nada. Lo único que se llevó de casa fueron unas macetas con violetas y un «árbol del dinero» en un frasco.
Durante las primeras semanas después del funeral, Antonina se sintió perdida. Pero luego decidió trasplantar la planta que su difunto padre le había regalado. Desempaquetó la caja y vio un recipiente de porcelana, y dentro de él, un paquete. En el paquete había una memoria USB y un trozo de papel con la inscripción: «No creas a quienes se hacen llamar familia, pero solo buscan beneficios. El verdadero tesoro está en la criptomoneda. Ethereum preservará tu futuro».
Al día siguiente, conectó la memoria USB a su viejo ordenador portátil y en la pantalla apareció el acceso a la cartera. Se le cortó la respiración cuando vio el saldo: 250 000 dólares en ethereum. Antonina se quedó sentada, sin poder creer lo que veían sus ojos. Su corazón latía con fuerza. Toda su infancia, pasada junto a su hermana, se derrumbó en un instante tras la muerte de su padre. En el mismo momento en que ella eligió el dinero en lugar de la cercanía familiar. Y ahora, la criptomoneda Ethereum, que su padre había escondido en un jarrón de porcelana, se convertía en la nueva base de su vida.
Miró al cielo oscuro y pensó que los verdaderos tesoros no siempre se guardan en cajas fuertes o en papeles. En su mente se agolpaban imágenes: su hermana con una sonrisa fría, su madrastra con voz ronca y la mirada llena de amor de su padre. Ella entendía que no se trataba solo de dinero. Era su forma de proteger a su hija menor. Y ahora se le abría una nueva vida.