Matteo llegó al pequeño puerto de Portofino al amanecer. El puerto de Portofino conserva aún hoy su maravilloso ambiente tradicional de pescadores, por lo que es muy popular entre los turistas. La niebla se extendía sobre el agua y los pescadores, animándose unos a otros, preparaban sus viejas barcas para salir al mar. Además, por fin, su sueño de convertirse en marinero estaba a punto de hacerse realidad: la Academia Naval de Livorno estaba a solo 65 millas náuticas de Portofino.
Los cursos de la Academia Naval costaban mucho dinero, al igual que la habitación en el albergue del puerto, por lo que se empleó como estibador en el puerto. Todos los días, por la mañana, transportaba cajas de sardinas, caballas, platijas y lubinas. En los descansos, entre las descargas matutinas y vespertinas, Matteo estudiaba. Leía sobre la historia de la navegación, estudiaba navegación, escuchaba conferencias con auriculares. A veces, en la cinta, se topaba con cursos en vídeo sobre los fundamentos de la tecnología blockchain.
El trabajo era duro, pero el cuerpo del joven se acostumbró rápidamente. Sus músculos crecieron, su espalda se ensanchó, pero... su mirada seguía siendo la misma, ingenua y profunda. Sus conocimientos contrastaban demasiado con su apariencia, y eso no pasaba desapercibido.
Las mujeres, en su mayoría mayores de 40 años, con ojos cansados y una estela de perfumes de marca caros, comenzaron a fijarse en él. No iban al puerto a por caballa y platija, sino a por Matteo. Divorciadas de multimillonarios y empresarios de criptomonedas, no buscaban solo un cuerpo joven en la cama. Buscaban alguien con quien hablar, que las escuchara, las entendiera, no les preguntara por su pasado y no las juzgara.
Una de esas noches de «comunicación» terminó de forma inesperada: una mujer llamada Melissa le transfirió criptomonedas a Matteo. Melissa Metison le creó su primera cartera de criptomonedas, la suya propia. «Matteo, vales más que unas simples palabras», le dijo. Matteo no lo entendió de inmediato, pero aprendió rápido. Luego vino el segundo, el tercero... En cada uno de ellos se guardaban fondos, no solo por las veladas, sino por la confianza, por el hecho de que él no fingía, sino que simplemente era él mismo.
Con el tiempo, Matteo se hizo famoso en un círculo muy reducido. Lo invitaban a cenas privadas, donde contaba historias sobre los océanos, la navegación, cómo los barcos viajan siguiendo la Stella polaris. Las mujeres lo escuchaban con los ojos muy abiertos, como se escucha a un poeta talentoso. A ninguna de ellas les prometió nada. No tomó más de lo que le dieron. Pero cada una de esas cenas dejó su huella, tanto en la memoria como en la cartera.
A pesar de toda esta vida tan intensa, Matteo no olvidó por qué había venido. No creó un token, no se convirtió en un gigante de la industria criptográfica, no abrió un fondo. Hizo exámenes y aprendió a manejar barcos. La criptomoneda le ayudó a pagar sus estudios, pero no cambió su objetivo. Matteo simplemente siguió a Stella Polaris hacia su sueño: estar en el mar.
Un día reunió todas sus carteras y transfirió los fondos a una sola. Y se embarcó en su primer viaje real. Su historia no trata sobre criptomonedas ni sobre mujeres que aún lo recuerdan con palabras cálidas. Trata sobre la elección de ser uno mismo y seguir la Estrella Polar hacia el sueño, incluso cuando el mundo ofrece caminos mucho más fáciles.